Recuerdo esas tardes en el lago rojo.
Nos sumergíamos y entonces los ojos
ardían, no se veía más que ese fuerte carmesí.
Sí, ese vibrante color rojo
como la sangre.
Y nos descostillábamos de risa,
una risa antiséptica como el agua del lago
que vibraba de rama en rama, y luego hacia la raíz.
A raíz de ello las aves callaban, las serpientes callaban,
admiraban tal despojo
de inhibiciones. ¡Qué locura!
Locura de color rojo
como el lago.
Y las raíces se tentaron con esa risa contagiosa.
Quisieron ser parte de aquel alboroto
y nos agarraron las piernas,
se aferraron como abrojos.
Y nos hacían cosquillas en los pies.
Flotábamos en ese mar carmesí.
Me volví a sumergir, contuve la respiración
y luego reaparecí
del otro lado de la escena,
abrí el cerrojo, atravesé el portal.
Es una metáfora, ¡ojo!
Como la vida.
Recuerdo aquellas tardes en el lago rojo.
El recuerdo es ameno, mas un poco me acongojo.
Del otro lado no había más que lo mismo, pero al revés:
Rojo el cielo, rojo el espacio sideral.
Sí, carmesí,
como los labios.
Los labios rojos, los ojos rojos,
ardían como un incendio
(es una exageración, sí)
como así también quedó el estómago flojo
y andábamos todos medio cojos
por un tiempo, luego pasó todo al recuerdo...
El recuerdo de las tardes en el lago rojo.